En misión, guiados por el Espíritu
Una nota pastoral sobre Familias de Parroquias
Una nota pastoral sobre Familias de Parroquias
Hace un poco más de tres años propuse que todos pidiéramos por la intercesión de María, la Estrella de la Evangelización, “para que el Señor produjera una cosecha sin precedentes en la arquidiócesis de Detroit”.[1] Ella ha sido la protagonista del trabajo de evangelización de muchas épocas y lugares. Ella debe ser la luz que guía nuestro trabajo a medida que continuamos viviendo las gracias del Sínodo 16 y buscamos hacer llegar el Evangelio al sureste de Michigan y más allá. Este año nos ha traído muchos más retos, contratiempos y desilusiones de los que esperábamos. De hecho, el desaliento puede endurecer nuestros corazones al trabajo de evangelización al que nos comprometimos apenas hace unos años. Sin embargo, no podemos darle la espalda a nuestra misión. Esto sería ser infieles a la gracia de Dios.
Nuestra Santísima Madre sigue siendo nuestra estrella guía, alumbrando siempre el camino para nosotros, iluminando aún más fuerte cuando todo a nuestro alrededor está más oscuro. Nos apunta siempre hacia Jesús, nos dirige a hacer “lo que Él nos diga”.[2] Ella es nuestra compañera en el trabajo de evangelización. Cuando la tenemos cerca, ella nos lleva “de prisa” a compartir la Buena Nueva, así como se apresuró a llegar con Elizabeth llevando con ella al Niño Jesús aún en su vientre a compartir el Evangelio por primera vez en la historia de la humanidad.[3]
Al final del Evangelio de Mateo, vemos el último intercambio de palabras, aún en esta vida, entre Jesús y sus apóstoles. Jesús los reúne y les da ánimo, una misión y la promesa antes de ascender al cielo:
Pero los once discíp ulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado. Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaron. Acercándose Jesús, les dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28:16-20).
Esta conversación final entre Cristo y sus discípulos es importante para nosotros porque al igual que a ellos, a nosotros también se nos pide unirnos e ir juntos a llevar a cabo la misión en las familias de parroquias, realzando las fortalezas de cada uno y trabajando en equipo para hacer llegar el Evangelio a nuestro alrededor. En esta nota pastoral comenzaré explicando algunas maneras en las que yo veo que estas palabras ofrecen una clave en nuestra interpretación para entender en dónde hemos estado en los últimos años, en dónde estamos ahora y hacia dónde nos dirigimos.
Al leer esta nota pastoral hay que tomar en cuenta que esta no es una nota aislada, sino parte de la visión más amplia de nuestro camino para Hacer Llegar el Evangelio. Dicha carta pastoral, resultado del Sínodo 16, debe ayudarnos a guiar y a darle forma al entendimiento de todo lo que mencionaré aquí.
Los once discípulos fueron a Galilea a la montaña que Jesús les ordenó
Después de todas las enseñanzas de Jesús y de todos sus milagros, incluido su triunfo sobre el pecado y la muerte en la Cruz, Jesús asciende al cielo con solo once personas presentes. Este número se redujo de “los doce” que él escogió como las piedras angulares de su Iglesia.[4] El número difícilmente habría hecho voltear a alguien que pasara por ahí, pero no es por el tamaño, ni por la influencia política ni por el poder terrenal de los discípulos de Jesús por lo que se mide su ministerio. Se mide por su fe. Por lo tanto, once son suficientes.
Son suficientes porque fueron obedientes a Él. El lugar de reunión no fue escogido al azar ni fue un lugar al que providencialmente llegaron, sino que fueron ahí porque Jesús “se los ordenó”. Esta pequeña banda de discípulos es obediente a Jesús. Son testigos de la Resurrección y aunque hay muchas cosas que todavía desconocen, obedecen. La Iglesia de Cristo siempre está marcada por aquellos que están dispuestos a ir a dónde Jesús los llama.
Y Jesús los llamó a una montaña. Cualquiera que ha escalado una montaña —y Jesús y sus discípulos escalaron muchas de ellas— sabe que no se hace descuidadamente.[5] Requiere de esfuerzo, dedicación y propósito. Las Escrituras a menudo se refieren a las montañas como lugares en donde el hombre puede encontrar a Dios (esto se ejemplifica perfectamente en el encuentro de Moisés con el Señor en el Monte Sinaí).[6] Por lo tanto, en obediencia a Jesús, sus discípulos escalan esta montaña para encontrar el último destello terrenal del Salvador.
Cuando lo vieron, lo adoraron, pero dudaron
Después de un gran esfuerzo, los discípulos de Jesús se reunieron de nuevo, pero todavía no sabían a ciencia cierta qué hacer de Él. Aunque lo adoraron, había algo que aún faltaba. Escuchamos que la duda llena sus corazones. Por alguna razón, no pueden darse por completo a Él en total abandono. Tal vez están preocupados porque se ha ido y por lo que será de ellos. Tal vez tengan vergüenza por haberlo abandonado durante su Pasión o tienen miedo de que al entregar esa última parte de ellos mismos, perderán el control de sus propias vidas. No sabemos por qué dudaron, pero sí sabemos que no habían recibido todavía el Espíritu Santo que los llenaría de todo el conocimiento de lo alto.[7] Cualquiera que haya sido la razón, dudaron.
¿Qué tanto permitimos que esta duda se cuele en nuestros propios corazones? La duda es la puerta a los malos hábitos que entran a nuestras vidas como gusanos. Necesitamos rechazar estos malos hábitos y una vez más, comprometernos a arrancarlos de raíz.
Tenemos que dejar a un lado la visión mundana de la Iglesia cuando hacemos planes, tomamos decisiones y pensamos en estrategias para el futuro. Debemos recordar que “es Cristo el que dirige la misión y la actividad de la Iglesia y quien la llevará sin falta a su destino final”.[8] Una forma concreta de rechazar este mal hábito es abriendo nuestras mentes, nuestros corazones y nuestros planes para confiar en Jesús, incluso en este momento en nuestra Iglesia local.
Los retos que enfrentamos son inmensos y son muchos. Podemos, con facilidad, sentirnos abrumados e incompetentes para realizar el trabajo. Comenzamos a dudar de la gracia de Dios y permitimos que el mal hábito del letargo espiritual eche raíz en nuestras vidas y en nuestros planes. Sé que para muchos de nosotros los meses y las semanas largas de la pandemia se han sentido “como si estuviéramos empujando una roca cuesta arriba” .[9] Antes de la pandemia, habíamos enfrentado por años una insuficiencia de sacerdotes lo que ha estado provocado que nuestros pastores tengan un gran número de responsabilidades. Por gracia de Dios, muchos de nuestros fieles no han experimentado una disminución del nivel de atención que han recibido, incluso con menos sacerdotes en ministerio. Esto solo puede suceder a costa de un gran sacrificio personal, pero ese sacrificio personal puede, a veces, estar construido sobre arena. Si nuestra vida de oración sufre, si nuestra devoción se enfría o si nos aislamos y comenzamos a cargar el peso del mundo sobre nuestros hombros, el letargo espiritual no está muy lejos. Este no es el plan de Dios para el florecimiento de su Iglesia o de sus sacerdotes.
Otro de los malos hábitos es la mentalidad del status quo. Esta resistencia al cambio está en conflicto con las palabras de Cristo quien vino a “hacer todo nuevo”.[10] Si ha habido una lección de estos meses pasados es que necesitamos adaptarnos a las circunstancias que no podemos controlar. Dios permite estos momentos de grandes retos y malestares con el objetivo de brindarnos una vida nueva. Él desea que trabajemos con Él en la gran tarea de compartir el Evangelio con cada persona del sureste de Michigan usando métodos y expresiones nuevas infundidas con un nuevo ardor.[11]
Entre lo que nos puede alejar de esta gran tarea está el miedo. No sabemos lo que nos depara el futuro. Ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta lo que va a suceder con nuestra estrategia pastoral en los próximos años, pero sí sabemos que el miedo no puede ser el principio que nos guía. Jesús desea mucho más para nosotros que estar paralizados por el miedo. “Cuando sea que estemos conscientes de la influencia de nuestros miedos y ansiedades, podemos llevárselos a Dios con toda honestidad y pedirle que los reemplace con valentía apostólica”.[12]
Finalmente, entre los malos hábitos que se mencionan en Haz Llegar el Evangelio está la actitud de queja. No es ningún logro encontrar algo por qué quejarse, especialmente en medio de un camino difícil. Las cosas nunca serán de nuestro total agrado o como pensamos que deben ser. La gente no siempre reacciona de la manera en que nosotros creemos que es la mejor, pero quejarse no construye el Reino de Dios, sino siembra la semilla de la duda, del desánimo e incluso de la desesperación.
Los apóstoles se presentan ante Jesús adorándolo por fuera, pero dudando por dentro. Sus acciones son importantes, pero su actitud interior y disposición cuentan también. Necesitan algo –o a Alguien– que cambie sus corazones. Al prepararnos para las familias de parroquias buscamos deshacernos de la duda y rechazar nuestros malos hábitos. Debemos rogar por una nueva efusión del Espíritu Santo: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles en la arquidiócesis de Detroit y enciende en nosotros el fuego de tu amor. Envíanos tu Espíritu y seremos creados. Y Tú renovarás el sureste de Michigan”.
Después Jesús se acercó y les dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”
En su duda, escuchamos que Jesús se acerca a ellos. Jesús no se aleja de nuestras debilidades o de nuestras faltas. Cuando lo buscamos y nos quedamos a su lado aún cuando nos equivocamos, podemos confiar en que Él va a acercarse a nosotros.
Aquí pienso de manera particular en mis hermanos sacerdotes. ¡Qué importante es que siempre estemos cerca de Jesús! No somos simples funcionarios de la gracia de la redención, como si fuéramos sirvientes civiles eclesiásticos o máquinas expendedoras de sacramentos. Al igual que todos los fieles, ¡Jesús también nos ama infinitamente! Hemos sido configurados con esmero a Él en nuestra ordenación sacerdotal. Por lo tanto, es nuestro derecho y obligación ser hombres de oración. Lo más importante que podemos hacer por nuestros miembros de la Iglesia es enamorarnos por completo de Jesucristo. No existe una tarea más beneficiosa y de eficacia más duradera que la oración diaria, de preferencia frente a Jesús en el Santísimo Sacramento, para estar aún más configurados a Cristo en nuestro corazón, nuestras palabras y nuestras acciones. Hermanos, nuestros esfuerzos por hacer llegar el Evangelio tendrán éxito o fracasarán en la medida en que nos volvamos a comprometer a la oración regular, seria y profunda.
Esta invitación a la intimidad en la oración se le extiende a cada miembro de la iglesia también. Tengan confianza en que el tiempo que le dedican a la oración –ya sea adorando al Santísimo Sacramento, rezando el rosario, leyendo las Sagradas Escrituras o por medio de cualquier otra forma de oración católica auténtica–, nunca se desperdiciará. Es el antídoto a las actividades excesivas del mundo. ¡Jesús desea acercarse a ti también!
Al acercarse a los apóstoles, Jesús expresa por qué deben tener confianza en lo que les pedirá que realicen pronto. “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. No hay objetivo, plan o aspiración que podamos tener que no esté bajo la autoridad de Jesucristo. Sea cual sea el plan que tengas para ti, tu familia o tu parroquia —sea cual sea el plan que tengamos para la arquidiócesis— Jesús tiene el poder de lograrlo.
La historia de la ascensión de Jesús en el Evangelio de Lucas incluye la orden: “Permanezcan en la ciudad hasta que sean investidos con poder de lo alto” [13]. Les ordena a los apóstoles que esperen hasta que reciban al Espíritu Santo en Pentecostés. Vemos a través de los Hechos de los Apóstoles las maneras en que el Espíritu Santo dirige a la Iglesia por el camino que debemos seguir. La Iglesia primitiva era dócil al Espíritu Santo de forma radical. Este buen hábito no es menos importante para nuestra Iglesia local, especialmente durante estos tiempos. Necesitamos permitir que el Espíritu Santo nos enseñe. Necesitamos tener una actitud receptiva “obedeciendo sus indicaciones e inspiraciones”.[14]
El poder de Jesús sobre todas las cosas del mundo debe darnos una gran medida de confianza en Dios, incluso cuando nos enfrentamos a retos importantes y nos sometemos a la renovación de las estructuras parroquiales. Él ha vencido al pecado y ha saqueado las posesiones del hombre fuerte.[15] Ha entrado en la muerte misma y ha salido victorioso en su Resurrección. Por lo tanto, nada es más fuerte que Jesucristo. Se nos invita a adoptar las palabras de confianza inquebrantable de San Pablo en nuestras propias vidas:
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.[16]
Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado
Después de que Jesús les habla a sus discípulos de su autoridad, le da esta orden: la gran misión. Este no es un comentario improvisado de Nuestro Señor. Este es el estatuto de la primera generación de discípulos y de sus sucesores. Es el estatuto de la Iglesia en Detroit, para ti y para mí.
Comienza con una palabra sencilla: ¡Vayan! La Iglesia jamás podrá estar satisfecha de que hemos hecho lo suficiente. Esta palabra de Jesús es una orden perpetua para que la Iglesia salga. Este impulso misionero siempre ha sido el corazón de lo que significa ser católico. Aunque este se ha debilitado en ciertas épocas y lugares –especialmente en donde la cultura ha aligerado el Evangelio–, Cristo ha elevado a grandes santos que se han encargado de recordarle a cada generación esta necesidad. Para nosotros, San Juan Pablo II ha sido uno de estos santos. Su audacia apostólica para proclamar el Evangelio a toda la gente es un testimonio reluciente para cada uno de nosotros.
Jesús exigió audacia apostólica de sus discípulos cuando los llamó a ser discípulos de todas las naciones. Sus planes y deseos tenían que expandirse. No se les llamó simplemente a ser fieles a las enseñanzas de Jesús o incluso a compartir el Evangelio con aquellos a su alrededor. Se les llamó a salir a todas las naciones. Este es un profundo recordatorio para todos nosotros. En medio de los retos de este año pasado, –incluyendo la crisis de salud y los llamados urgentes a la igualdad racial– se nos recuerda que toda la gente tiene el derecho de escuchar la proclamación del Evangelio. Estamos llamados a encontrar formas en las que con audacia y amor invitemos a cada persona del sureste de Michigan a un encuentro transformador con Jesucristo.
Una tarea de esta magnitud no se logra trabajando de manera individual. Necesitamos un espíritu de cooperación y un compromiso para trabajar juntos, aunado a un espíritu de innovación. Tener una mentalidad misionera requiere de disposición para intentar cosas nuevas, incluso de fracasar en ocasiones, para promover el Evangelio. Se nos invita a un tiempo de mayor innovación en nuestras parroquias; a explorar cómo podemos trabajar juntos y encontrar nuevos e inexplorados caminos para hacer llegar el Evangelio.
De manera especial dentro de las disposiciones de la gran misión está la instrucción de Jesús a sus apóstoles de compartir los sacramentos y de enseñar la fe —lo que nosotros llamamos munus sanctificandi y munus docendi, dos de las responsabilidades principales del sacerdocio. La tercera responsabilidad, la dirección de una parroquia o munus regendi, es un aspecto importante del sacerdocio, pero no se menciona en la gran misión. Jesús se enfoca en las otras dos munera.
La tercera responsabilidad de dirección, a menudo es uno de los retos más importantes que enfrentan los sacerdotes de nuestro tiempo. Con frecuencia escucho por parte de los sacerdotes que diariamente se encuentran dedicando demasiado tiempo y energía a las tareas “mundanas” de la administración de su parroquia. Aunque estoy agradecido de su generosa atención a estos detalles importantes, no puedo evitar darme cuenta de la gran necesidad que tenemos de que los sacerdotes puedan retomar sus esfuerzos para enseñar más y administrar los sacramentos. Durante el Sínodo 16 escuchamos con claridad que se requieren más oportunidades para ofrecer el sacramento de la confesión, para apoyar a las familias a vivir la fe y a tener la experiencia de un domingo renovador, incluyendo una predicación que promueva un encuentro transformador con Cristo, la habilidad de crecer como sus discípulos y el fervor para ser testigos de su amor y misericordia en el mundo. [17] No podemos seguir operando de esta manera –con más exigencia para nuestros sacerdotes– y al mismo tiempo esperar mejores resultados de su ministerio. Se necesita un enfoque diferente.
Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fi del mundo
El último buen hábito de Haz Llegar el Evangelio es una actitud de agradecimiento. Es fácil ser agradecidos cuando las cosas están saliendo a nuestra manera, pero es mucho más difícil cuando nos enfrentamos a muchos cambios e incertidumbre. Un discípulo confía en la providencia de Dios, por lo mismo, este tiene la disposición o la actitud de recibir todo como un regalo de Dios.[19] Nuestro Padre, que sabe cómo darnos regalos de riqueza incomparable, se merece que respondamos con agradecimiento.[20] Las noticias que proclamamos son en realidad buenas noticias, es la Buena Nueva. ¿Cómo podríamos no ser agradecidos?
Nuestro llamado a hacer discípulos de todas las naciones tiene su origen en la gran misión que Jesús les confirió a los Once en los últimos momentos antes de su ascensión. Es un llamado que ha tenido eco una y otra vez a lo largo de los siglos para cada obispo, sacerdote, diácono y miembro de los bautizados. Es un llamado que necesita estar enraizado en cada época en las circunstancias específicas de cada Iglesia local.
En nuestra Iglesia local recibimos este llamado cuando creamos la diócesis en 1833 y una vez más cuando se convirtió en arquidiócesis en 1937. El llamado se hizo más agudo en el Sínodo 69 que se llevó a cabo después del Concilio Vaticano II. Nuestro momento más reciente de renovación de este llamado tuvo lugar en el Sínodo 16. Hace más de cuatro años, convoqué a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de toda la arquidiócesis de Detroit para que me ayudaran a discernir lo que significaba para nosotros ser una arquidiócesis evangelizadora.
Los tres días del 18 al 20 de noviembre de 2016 nos ubicaron en un camino que revelaría el llamado del Espíritu Santo a la renovación de las parroquias y de las estructuras arquidiocesanas “para que sean guiadas por el Espíritu y estén orientadas de forma radical hacia la misión”.[21] Cuando Haz Llegar el Evangelio se publicó en Pentecostés de 2017, yo me comprometí a que nuestra Iglesia local seguiría las iniciativas del Espíritu a donde sea que estas nos dirigieran en los próximos años. Nosotros, por lo consiguiente, nos transformaríamos. Ha sido edificante ver cómo tantos sacerdotes y laicos han respondido con generosidad a este movimiento.
Ha habido muchas oportunidades para poner en acción el trabajo del Sínodo, pero ahora hemos llegado a un momento crítico de su implementación. Nuestro nuevo modelo de familias de parroquias que se anunció en Pentecostés de este año es una continuación de los frutos del Sínodo 16 y de Haz Llegar el Evangelio. Es parte del siguiente capítulo de la arquidiócesis, el cual hemos llamado “Enviados a la misión”. Nuestro enfoque es la renovación de nuestras parroquias y escuelas para alinear todos los recursos de nuestra misión en compartir el Evangelio en el sureste de Michigan.
Mientras los líderes laicos y sacerdotes daban los primeros pasos durante el verano en la planeación y preparación de nuestra transición a las familias de parroquias, la Congregación para el Clero del Vaticano publicó el documento La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. Este documento, que es un llamado para todas la parroquias a convertirse en comunidades evangelizadoras, confirmó el trabajo al que nosotros ya nos habíamos comprometido. Se nos instruye en la carta a resistir la tentación de ver a nuestras parroquias con un enfoque hacia adentro, es decir, como lugares en donde la gente ya iniciada se reúne, sino en asegurarnos que tienen un enfoque hacia afuera, es decir, lugares de donde se sale a llevar a cabo la misión. La evangelización debe ser el enfoque que motiva la vida de la parroquia y todas nuestras estructuras deben fluir a partir de esta misión. En el documento del Vaticano se nos llama a “identificar perspectivas que permitan la renovación de las estructuras parroquiales ‘tradicionales’ en clave misionera”.[22] Con las familias de parroquias buscamos enfrentar este reto, renovar nuestras estructuras parroquiales y continuar nuestra transformación hacia una arquidiócesis misionera.
Una familia de parroquias es un grupo de tres o más parroquias que colaboran de una forma más profunda e intencional de lo que las parroquias jamás lo habían hecho antes. Cada parroquia que forma parte de la familia retendrá su identidad única, de la misma forma en que cada hermano posee un rol único en la familia. Esto no es un conjunto de parroquias o una fusión de ellas como lo hemos hecho en el pasado. Las familias de parroquias comparten similitudes con otros modelos que se han implementado con éxito en otras diócesis en los Estados Unidos y en Canadá mediante nuevas estructuras parroquiales para apoyar la misión. Las estructuras que heredamos de otras parroquias nos sirvieron bien en el pasado, pero sabemos por el Sínodo 16 y por el documento del Vaticano que mencionamos anteriormente en esta sección que lo confirma, que las parroquias necesitan realinearse para la misión. Estas nuevas familias de parroquias colaborarán al compartir sus recursos, tales como sacerdotes, diáconos y personal, para avanzar en la misión que Cristo ha encomendado a su Iglesia.
Cada parroquia participará en esta estructura renovada. Desde el domingo de Pentecostés de este año, nuestros obispos regionales y vicarios han estado trabajando con los sacerdotes para determinar qué parroquias se unirán para formar una familia de parroquias. Tenemos más de 200 parroquias en la arquidiócesis de Detroit, incluyendo las designadas a las comunidades étnicas o culturales particulares, las que están bajo el cuidado de órdenes religiosas y las de las áreas urbanas, rurales y suburbanas. Tenemos parroquias que están creciendo y otras cuyas comunidades han disminuido en número. Cada parroquia, así como cada miembro de nuestra Iglesia, tiene dones que contribuyen al florecimiento pleno de nuestra arquidiócesis. Estoy agradecido por nuestros sacerdotes, por su participación activa en este proceso.
Nuestra colaboración se ha extendido en la inclusión de muchos laicos talentosos que nos han ayudado durante este proceso tanto en los aspectos prácticos como en el discernimiento de la estrategia para agrupar a las familias. Nuestra Iglesia es más rica por la forma en que trabajamos juntos, clero y laicos, en iniciativas importantes como las familias de parroquias. Nuestros compañeros de trabajo laicos y voluntarios contribuyen con dones esenciales de los que he llegado a depender para el ejercicio de mi ministerio como su arzobispo.
Aunque las familias de parroquias son, sin duda, nuevas en nuestra arquidiócesis, el compromiso de colaboración y cooperación no lo es. En las últimas cuatro décadas, hemos visto parroquias coordinando los servicios de reconciliación durante el Adviento, las misiones de Cuaresma y los horarios de las misas. Algunas de nuestras parroquias han compartido personal, programas de formación de fe o sacerdotes. Unas pocas han compartido edificios o lugares de adoración. En los próximos meses y años, las nuevas e innovadoras maneras de trabajar juntos fortalecerán los lazos ya existentes y construirán nuevos lazos en todas partes. Para muchas de nuestras parroquias esto será un proceso completamente nuevo que requerirá que todos dejen atrás la mentalidad del status quo y escojan la confianza por encima del miedo. Para todos nosotros esta nueva realidad va a requerir de nuestra confianza en el poder de Jesús y en su presencia entre nosotros.
Renovación sacerdotal
La fortaleza spiritual de una diócesis es proporcional a la santidad de sus sacerdotes. Hemos sido bendecidos con un magnífico presbiterio en nuestra arquidiócesis, listo para lo que necesite la misión. Esto lo he escuchado muchas veces por parte de innumerables fieles, especialmente cuando debo reasignar a un sacerdote o a un pastor asociado muy querido. Como en las diócesis de todo el país y del mundo occidental, sabemos que la cantidad de sacerdotes disponibles continúa disminuyendo del mayor número alcanzado en los años cincuenta y sesenta. Yo sé que nuestros sacerdotes están trabajando más duro, cubriendo mayor territorio y en riesgo constante de trabajar de manera excesiva.
Los sacerdotes están consagrados en cuerpo, alma y espíritu para la misión. Esta es una de las razones principales por la que su consagración requiere del celibato. El compromiso de un sacerdote a la caridad pastoral debe basarse en una relación profunda con Cristo. No puede dar lo que no tiene. Si el papel principal de un sacerdote es hacer de su gente santa, es decir, ayudarlos a convertirse en santos, él también debe comprometerse a una vida de santidad.[23] Por ello, uno de los primeros frutos de Haz Llegar el Evangelio fue la creación de la posición de Director de la Misión Sacerdotal para dedicarse al acompañamiento de nuestros sacerdotes en su trabajo. Agradezco al monseñor Patrick Halfpenny por acceder de forma generosa a hacerse cargo de esta labor.
Mientras esperamos el establecimiento de las familias de parroquias en la arquidiócesis de Detroit, confío en que una de las cosas buenas que resultarán de esta nueva realidad es mayor apoyo mutuo para nuestros sacerdotes. El trabajo en equipo los ayudará a edificarse el uno al otro: “el hierro se aguza con hierro; la persona, en contacto con su prójimo”.[24] Aunque los sacerdotes no necesariamente vayan a vivir juntos como resultado de las familias de parroquias, sí trabajarán, orarán y planearán juntos para sus parroquias. Estoy seguro de que sacerdotes más felices, más sanos y más santos construirán parroquias más felices, más sanas y más santas que a su vez crearán una arquidiócesis de Detroit más feliz, más sana y más santa.
Orientación a la misión: eficacia renovada
Ajustaremos nuestra transformación arquidiocesana a las familias de parroquias con la correspondiente renovación de nuestras estructuras de personal parroquiales en dos categorías distintas y al mismo tiempo complementarias: Orientación a la misión y Apoyo a la misión. Esta estructuración del personal ya existe para aquellos que sirven en la curia arquidiocesana, misma que provee los servicios centrales a nuestras parroquias, escuelas y ministerios. Ahora, nuestras parroquias se beneficiarán de este nuevo enfoque también.
Las posiciones de la Orientación a la misión son para aquellos ministerios que tocan de forma más directa la misión de nuestras parroquias: la creación de una banda de alegres discípulos misioneros.[25] Estas posiciones son las que hemos llamado “posiciones ministeriales” o “ministerios eclesiales laicos” como lo son los catequistas, los ministerios de la juventud y los asociados pastorales. Por décadas, la arquidiócesis de Detroit ha sido bendecida por el trabajo incansable y los dones únicos de incontables miembros laicos del personal de la parroquia y de voluntarios. Ellos nos han hecho una Iglesia local más rica y diversa. Dios no ha otorgado todos sus dones a un solo grupo de individuos y la ordenación no contiene los dones para cada trabajo del ministerio.[26] Por lo tanto, es esencial que nuestras familias de parroquias continúen usando los dones de nuestros talentosos compañeros de trabajo laicos.
Las posiciones del personal experimentarán una renovación para reflejar mejor las prioridades del Sínodo 16 como se expresa en Haz Llegar el Evangelio. A medida que las parroquias se unen en familias, su personal comenzará a trabajar en conjunto para atender a más personas de manera más efectiva para ayudarlos, dentro de sus posibilidades, a encontrarse, crecer y ser testigos de Cristo. Adoptaremos nuevas posiciones, nuevos títulos y nuevas estructuras organizacionales para el personal parroquial en los próximos meses para ayudar al florecimiento de nuestras familias de parroquias. Más aún, proveeremos formación para aquellos en posiciones nuevas y así asegurarnos de que no estamos simplemente cambiando títulos, sino enfocándonos de manera eficaz en ser más misioneros.
Apoyo a la misión: eficacia renovada
Aunque “movernos del mantenimiento a la misión” se ha convertido en el lema para expresar nuestro compromiso a la Nueva Evangelización, sé que muchas de nuestras parroquias no pueden funcionar sin el apoyo de expertos para realizar la misión. Los sacerdotes dependen fuertemente de los administradores de negocios, de los contadores, de los profesionales de recursos humanos, de los expertos en tecnología, del personal de mantenimiento y de otros más para hacer el trabajo que ellos no están preparados para hacer. Si bien, la dirección de la parroquia siempre debe, en última instancia, recaer en los sacerdotes, estos deben tener colaboradores competentes y confiables en este trabajo.[27]
Las posiciones de apoyo a la misión proveen apoyo mutuo a las parroquias dentro de una familia para facilitar una eficacia renovada. Entre más recursos se dediquen a este trabajo misionero para nuestras parroquias, mejor pueden movilizarse para la evangelización, para la cual ”cada actividad y recurso de la parroquia debe estar alineado.”[28]
Cada familia de parroquias tendrá un director de apoyo a la misión que se encargará de supervisar a aquellos que realizan su ministerio “detrás del escenario” para apoyar a la misión. Esta posición reportará al sacerdote líder o al moderador de la familia. Así, los sacerdotes y el resto del personal podrán comprometerse sin reservas al trabajo de los ministerios orientados a la misión y a los esfuerzos evangelizadores.
Al comenzar esta transición en nuestras familias en los próximos meses, necesitamos orar de manera especial por un espíritu de colaboración. El cambio, específicamente, el cambio de nuestro trabajo puede traer estrés, duda e incertidumbre acerca del futuro. Les pido a cada uno de ustedes que oren por una nueva apertura para esta renovación y colaboración, sabiendo que Dios es generoso de manera especial cuando oramos por las gracias necesarias para evangelizar mejor.
Planeación estratégica misionera
Las familias de parroquias comenzarán a tomar forma el 1ro. de julio de 2021. Para julio de 2022 todas nuestras parroquias serán parte de una familia. Sin duda, habrá tanto retos como oportunidades de crecimiento durante este tiempo. Tengo confianza en que estamos en el camino correcto para nuestra Iglesia.
A cada familia se le pedirá que desarrolle su propio plan estratégico misionero en un futuro no muy lejano. Estos planes habilitarán a las familias para discernir la mejor forma de lograr el trabajo de hacer llegar el Evangelio en sus comunidades. Además, los planes serán una oportunidad para las parroquias de colaboración con los miembros de las familias recién formadas y por lo tanto, de entablar una relación más cercana. El Sínodo 16 nos dio la ardua tarea de transformar toda nuestra arquidiócesis y destinar todos nuestros recursos a la misión. Esto no es algo que podemos ver una sola vez y después archivarlo en un estante, pues lo que tenemos ante nosotros es el trabajo de toda una generación.
Cada plan estratégico misionero de la familia buscará inspiración en Haz llegar el Evangelio, retomando con seriedad la Convicción fundamental, tomando en cuenta la raíz de la crisis y tratando de llevar a cabo los Pasos a seguir de la parroquia a nivel de familia que se detalla en la carta pastoral. Habrá mucho más qué compartir acerca de estos planes más adelante en 2021 y 2022. Mientras estos detalles siguen desarrollándose, podemos confiar en que Dios los usará para moldearnos en una arquidiócesis más misionera. Tal vez nos intimide este trabajo, pero no hay nada que temer. ¡Jesús está con nosotros! [29] No hay nada bueno que tú o yo podamos soñar en lograr que Jesús no lo desee con más ardor para nosotros.
María guió a sus discípulos en oración desde el momento de la ascensión de Jesús hasta la venida del Espíritu Santo.[30] Fue la estrella constante, quien permitió que todos se reunieran a su alrededor durante aquellos días previos a Pentecostés. Sin embargo, su papel no disminuyó después de haber recibido el Espíritu Santo. Ella continúa guiando a la Iglesia y “nos inspira con la confianza absoluta de que el Señor nos escucha y no fallará en respondernos.”[31] Tengo total confianza en que María nos guiará también por medio de esta iniciativa de familias de parroquias. Encomendamos este trabajo a través de su intercesión. Me gustaría concluir con un pequeño fragmento de la oración del Santo Padre a María, la Estrella de la Evangelización.
Virgen y Madre María,
tú, que movida por el Espíritu
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.”[32]
El Reverendísimo Allen H. Vigneron
Arzobispo de Detroit
[1] Ver Lc 1:39-45
[2] Ver Jn 2: 1-12
[3] Ver Lc 1:39-45
[4] Ver Ap 21:10-14
[5] Ver Mt 5:1, 17:1, 21:1; Mc 9:2, 11:1; Lc 6:12, 9:28, 19:29, 22:39; Jn 4: 19-22, 6:1-3
[6] Éx 3: 1-5, 12. Para otros ejemplos de este tema en las Escrituras ver Jos 8:30; 1 Re 18:36-39; Sal 68:15-16; Is 2:1-5, 40:9-11, 56:6-7; Jl 3:17; Mi 4:1-2; Mt 15:29; 2 Pe 1:16-18; Ap 21:9-11
[7] Ver Lc 24:49 y Jn 14:25-26
[8] Haz Llegar el Evangelio, 3.4 “Buenos y malos hábitos” (documento disponible en inglés)
[9] Ibidem
[10] Ap. 21:5; Ver Haz Llegar el Evangelio, 1 “Introducción” (documento disponible en inglés)
[11] San Juan Pablo II señaló a la Nueva Evangelización como una nueva en métodos, expresiones y ardor.
[12] Haz Llegar el Evangelio, 3.4 “Buenos y malos hábitos” (documento disponible en inglés)
[13] Lc 24:49
[14] Haz Llegar el Evangelio, 3.4 “Buenos y malos hábitos” (documento disponible en inglés)
[15] Mc 3:23-27
[16] Rom 8:35, 37-39
[17] Ver Haz Llegar el Evangelio, Pasos a seguir 1.2 “Asesoría y acompañamiento familiar” Pasos a seguir 2.1 “Cultura parroquial” y Pasos a seguir 2.2 “Funciones parroquiales” (documento disponible en inglés).
[18] Heb 12:12
[19] Ver 1 Cor 4:7
[20] Ver 2 Cor 9:10-11
[21] Haz Llegar el Evangelio, 2 “Convicción fundamental” (documento disponible en inglés)
[22] “La conversión pastoral de la comunidad parroquial,” 20
[23] “Les pido a los sacerdotes a volverse a comprometer a la práctica diaria de la oración personal y de la intercesión como su más lata prioridad y a guiar a la parroquia a hacer lo mismo”. Hacer Llegar el Evangelio. Pasos a seguir 2.1 (documento disponible en inglés).
[24] Prov 27:17
[25] “La convicción fundamental del Sínodo es que la Iglesia en la arquidiócesis de Detroit esté resuelta a obedecer al Espíritu Santo y permitir que Él la convierta en una banda de alegres discípulos misioneros”. Haz Llegar el Evangelio, 2 “Convicción fundamental” (documento disponible en inglés).
[26] Ver 1 Cor 12:4-28, Lumen Gentium, 32-35, 37
[27] Código del Derecho Canónico 129, 131
[28] Haz Llegar el Evangelio, Pasos a seguir 2 “Visión de la parroquia” (documento disponible en inglés)
[29] Ver Mt 14:27
[30] Ver He 1:14
[31] UTG (Haz Llegar el Evangelio), Marcador 10.1 (documento disponible en inglés)
[32] Evangelii Gaudium, 288.